Siempre me ha parecido que el comercio ha jugado un papel
muy importante a la hora de ayudar a moverse, como poco, la economía.
Ya en la época feudal, fue el comercio lo que rompió un sistema
económico basado en los señoríos y los siervos. Incluso en el mundo actual, es
el comercio uno de los factores, si bien no el único, claves en el desarrollo
de los pueblos.
Sin embargo, el comercio también tiene un lado oscuro cuando
se combina con el crédito fácil. Al fin
y al cabo, consumir a crédito es adelantar un consumo futuro que, de no
ser por este dinero, no podría producirse hasta haber ahorrado la cantidad
necesaria.
Además, este consumo a crédito hace que no tengamos tiempo
de reflexionar si de verdad necesitamos algo. Recuerdo cuando, de pequeño,
tenía que ahorrar la paga para conseguir cierto juguete y, cuando por fin
reunía la cantidad, el juguete en cuestión ya no me parecía tan maravilloso.
La cosa cambiaba si me compraban el juguete en el momento,
lo que sucedía poquísimas veces, a condición de descontarme su importe de la
paga, en ese caso, con el raciocinio obnubilado por el “clic caballero negro”,
aceptaba. Para cuando terminaba de pagarlo, ya me había aburrido.
Ahora, ha paso lo mismo. Hemos adelantado tanto consumo
absurdo que no tenemos para el imprescindible, además de que cada vez tenemos
menos dinero, merced a los impuestos o al coste de la vida. El comercio ya no
lubrica la economía y las chispas que saltan en la maquinaria adquieren forma
de desempleados…
Y lo peor, no tiene visos de cambiar la cosa... es lo que tienen las deudas, que hay que pagarlas... y si encima no las has contraido tu (que también se juntan a las tuyas), sino tu des-gobierno, todavía peor...