Sentado en el comedor, se tomó su tiempo para inspeccionar
la carta y asombrado, contempló los precios: ración de jamón ibérico, 2 euros,
ensalada mixta, 50 céntimos, solomillo al boletus, 2’50 euros… Maravillado por
su descubrimiento, se preparó para un festín de reyes.
Una hora y media después, desabrochándose el cinturón con el
estómago a rebosar, pidió la cuenta. Cuanto esta llegó, se llevó un gran
disgusto: 74 euros. Ni corto ni perezoso, llamó al camarero para reclamar:- Mire usted – le espetó -, he pedido una ensalada de ahumados, un solomillo, algo de jamón de bellota y el mousse de chocolate de postre, según su carta, 12 euros… sin embargo, la cuenta que me ha traído, marca 74 euros.
- Efectivamente caballero, pero es que tiene que tener en cuenta los sobrecostes. Verá: su ensalada tenía más insectos de la cuenta, de modo que el chef ha tenido que lavarla dos veces, eso es más agua y más trabajo del chef, con lo que el coste se duplica. Para cortar su solomillo, hemos tenido que afilar el cuchillo de nuevo, de forma que como el afilador es eléctrico, pues hemos gastado electricidad…
El camarero siguió hablando mientras la indignación del amigo Cascajo iba en aumento. Al final, tras señalarle el camarero una letra minúscula que, a pie de carta, decía “sobrecostes no incluidos”, desembolsó el importe de la comida y se juró no volver a pisar el establecimiento.
En España, hay empresarios que viven del BOE, gente cuya
única virtud es redactar presupuestos bajísimos a sabiendas de que luego el
estado pagará el sobrecoste de la obra pública sin problema alguno. Luego, esos
empresarios salen al extranjero y se creen que todos son tan imbéciles como
nosotros y si no… que le pregunten a Sacyr y a Panamá.
Y si no, preguntaos por qué una autovía cuesta en España
cuatro veces más que en Alemania…