martes, 13 de agosto de 2013

Certeza y desconcierto



Me gusta pensar que la economía es en parte ciencia y en parte arte, por ello, sólo se puede hablar de la certeza empírica que caracteriza a otras áreas muy de vez en cuando. Debido a esto, aplicar recetas pasadas al momento actual no garantiza resultados equivalentes.

El mundo ha cambiado desde que Keynes dijera que los gobiernos habían de incurrir en déficit para estabilizar el nivel de desempleo. Lo que no cambia es la mentalidad de los cocineros que, incapaces de otra cosa, aplican recetas caducas a nuevos guisos.

La realidad nos dice que somos más que antes, más a la mesa para repartir los mismos platos. La lucha por un simple muslo de pollo se agudiza cuando son tres los comensales en disputa. Los estándares de estudio y trabajo pasados tampoco son válidos hoy día, por tanto, el pretender que la salida de esta crisis es la vuelta a lo mismo es una majadería soberbia.

El problema surge al plantearse qué camino elegir cuando ninguna de las alternativas parece válida. 

El pretender volver al paradigma del crecimiento infinito como cura de todos los males es una vana ilusión que sólo se creen los que parasitan el sistema. El otro camino, el del cambio de mentalidad para alcanzar una existencia más “sostenible”, choca contra las creencias inculcadas durante años a golpe de marketing en los cerebros de la ciudadanía.

Finalmente, atrapados como estamos en un callejón sin salida, esperando un filete pagado a precio de solomillo para recibir una hamburguesa hecha con descartes, con el desconcierto propio de quien ha de olvidar buena parte de lo aprendido, hemos de prepararnos para vivir en una nueva economía, un modelo que no se parecerá a lo de antes, ni a lo contrario de lo de antes…

Bon apetit!

6 comentarios:

  1. Ese es el gran problema, las mentalidades. ¿Como reeducar a la ciudadanía si el modelo que se ha impuesto es básicamente "tú compra hasta donde dés y no pienses mucho"?

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  2. Yo vengo diciendo algo desde hace más de veinte años, pero sólo consigo que me miren como si estuviera loco: hay tres cosas en el mundo que sería imprescindible erradicar para que el cambio de mentalidad se pudiera siquiera soñar. Son la televisión, el automóvil y los espejos. O sea, el anestesiado de cerebros, el exceso de movilidad de personas y mercancías, y la puñetera vanidad, que es el motor de las actuaciones más execrables de la humanidad.

    Lo de que somos más a la mesa para repartir los mismos platos no parece un argumento válido cuando en Europa la mitad de la producción alimentaria acaba en la basura, y cuando hay millones de fallecimientos por problemas de colesterol mientras hay también millones de fallecimientos por inanición.

    Y el argumento del desempleo tampoco lo es, porque en realidad lo que hay es un exceso de empleo en puestos de trabajo absurdos, inútiles y contraproducentes. Si se eliminasen y se hiciera un reparto razonable de los empleos necesarios y útiles, trabajaríamos todos dos horas diarias tres días a la semana. Como ya sé que estáis pensando que soy un utópico, repito lo que ya he dicho en anteriores ocasiones: más utópico es pretender prolongar el sistema.

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  3. Las necesidades humanas siempre han sido infinitas aunque apenas podían cubrirse. Hoy se pueden cubrir mucho más que en la época de Keyness. Los avances tecnológicos han sido impresionantes. Y cada vez nos impresionan menos.

    El desarrollo tecnológico no tiene vuelta atrás. Podrá estancarse en algunas zonas del planeta, como Corea del Norte o algunos países islámicos, por motivos políticos o religiosos, pero es inútil ponerle freno.

    Al ser humano le gustan los cacharros que le facilitan la vida y le divierten. Y como decía Henry Ford, la auténtica revolución es poner la tecnología al alcance de todos.

    El problema es que Occidente ya no es el controlador de la tecnología. Primero Japón, después Corea del Sur y finalmente China, se han colocado en la carrera. La competencia es brutal. Para alegría del consumidor.

    El éxito ha sido total. Se pasó de mil millones de personas a siete mil millones en el mundo en menos de cien años. Y hay menos hambrunas en porcentaje. Hay más personas con coche, televisión y móvil hoy día que personas en el mundo había hace cien años. Es impresionante. No creo que Keyness pudiera imaginar tal cosa.

    Lo que creo que es un problema es que ni la política ni la religión han avanzado al ritmo de la tecnología. Se han quedado atrás, aplicando sus rancias pócimas para intentar solucionar los problemas. En la política sobran abogados y faltan ingenieros.

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    1. Amigo Bucan, lo que dices es cierto, pero creo que miras desde el lado de la oferta. Una cosa es lo que nos ofrecen, otra lo que nos gusta y otra lo que podemos pagar.

      O sacan Ipad's a 20 euros para under-mileuristas, o los juguetitos tecnológicos verán su mercado reducido...

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  4. De acuerdo contigo Bucan.

    Solamente una cuestión. "el desarollo tecnológico es imparable", ahí no estoy de acuerdo contigo.

    La tecnología es como una flecha que sube y sube mientras dura el impulso que la lanzó, pero ese impulso no es eterno y tarde o temprano la flecha perderá velocidad y acabará cayendo.

    Es el gran error de la humanidad actual. Acostumbrados al avance contínuo de la ciencia y de la tecnolgía, sobre todo de los últimos cien años, creemos que somos la cúspide de la humanidad y que nuestros hijos, encima de nuestrso hombros, aún estarán más arriba.

    Son múltiples los factores pueden hacer naufragar el titánic de la nuestra sociedad tecnológica.

    Uno de ellos la voluntad de los que gobiernan, mandan, dirigen, etc., que pueden acabar de un plumazo, en cuanto sus intereses lo requieran, con toda la tecnología, la actual y la por venir.

    Otra es el constante aumento de la población del tercer mundo, la cual por simple peso específico, puede actuar como un sunami contra el primer mundo y su tecnología.

    Una tercera sería una mezcla de las anteriores, la voluntad de los dueños del mundo y la fuerza bruta de los bárbaros.

    Bien sabes que no sería la primera vez en la historia.

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