El arte de degradar la moneda es tan antiguo que podría
considerarse ya una tradición. Hace miles de años, un dirigente griego (no
recuerdo exactamente su nombre, si tenéis interés os lo facilitaré) que había
contraído grandes deudas con su pueblo (deuda pública) emitió un edicto que
obligaba a todos los ciudadanos a entregar su dinero al estado.
Una vez que tuvo todas las monedas, las troqueló de nuevo y
donde ponía 1, puso un dos. De este modo, dobló la cantidad de dinero del país
(oferta monetaria) y pagó sus deudas a los ciudadanos.
Sin embargo, esta ¿astuta? jugada no salió gratis. De la noche
a la mañana, los precios se duplicaron de modo que el pueblo perdió dos veces,
una cuando cobró sin cobrar la deuda que su dirigente tenía con ellos y, otra,
cuando vio cómo el nivel de vida se situaba en el doble merced a una inflación
galopante.
Desde entonces, varias veces los dirigentes, emperadores
romanos, reyes, etc… han rebajado los contenidos de plata y oro de las monedas
para poder aumentar la oferta monetaria. Como resultado de esta actuación, tal
y como dice la Ley de Gresham, la moneda mala acaba expulsando de la circulación
a la buena (que es atesorada), de forma que lo que acaba circulando era la
moneda basura.
Hoy día los dirigentes se lo han montado mejor. En primer
lugar porque nada del dinero que circula tiene un valor intrínseco. El valor del
dinero Fiat o dinero de papel, reside en la creencia de todos de que dicho dinero
tiene valor y, además, del monopolio que tienen los gobiernos para imprimirlo.
Ya no hace falta limar las moneda y devolverlas a
circulación, ahora basta con imprimir papelitos para rebajar el valor del
dinero que los ciudadanos tienen en el bolsillo. De este modo, el robo
perpetrado por el estado a sus ciudadanos se realiza de la forma más eficiente
posible.
De hecho, se estima que la diarrea de dólares perpetrada por
la reserva federal sólo ha beneficiado al 1% más rico de la población, un
porcentaje cuya riqueza se valora en activos, no en dinero. Este patrimonio se
revaloriza con la inflación y el aumento de la oferta monetaria mientras que,
quien posee su riqueza en dinero, ve cómo con cada pulsación del botón de la
impresora, pierde poder adquisitivo.
Nada nuevo bajo el sol... otra vez.
Lo que demuestra que es el sistema lo que falla. ¿Por qué? Pues porque siempre el mundo se dividió en dos: los listillos y los torpes. Los segundos obedecemos a los primeros, y además les subimos en un pedestal y les aplaudimos. Hasta hace bien poco, tenían espacio suficiente para todos, pero con la globalización y el aumento de la masa monetaria a su alcance, han tenido que empezar a asociarse los más listillos de entre los listillos para acaparar más dejando en la cuneta a los menos listillos de entre los listillos. De ahí que si los torpes seguimos ejerciendo como tales, acabarán con nosotros. Pero claro, acto seguido se extinguirán ellos también, lo que demuestra que no son tan listillos. Sólo se han sacudido los escrúpulos. Y con ellos se les ha escapado la dignidad. A ver si nos animamos a dejar de aplaudirles y de alimentarles, que no son dignos de tales premios.
ResponderEliminarDesde el momento en que los Estados gastan más dinero del que deberían o del que disponen buenamente, se sientan las bases para la inflación. Antiguamente solían ser las guerras las que generaban gastos por encima de lo normal. En los tiempos modernos suelen ser otros motivos, entre ellos el gasto demagógico compravotos, la corrupción de la clase política y los enormes aparatos administrativos de los Estados.
ResponderEliminarEse es el gran fallo de nuestro sistema, aunque no creo que lo vayan a cambiar ahora.
ResponderEliminarHe visto este artículo y creo que te puede interesar.
http://www.estrategiasdeinversion.com/noticias/20130226/al-principio-estaba-palabra
Saludos